Peregrinar es una actividad que ayuda al ser humano a crecer y a formarse humana y espiritualmente. Por eso, las peregrinaciones forman parte del calendario de todas las religiones y culturas. No nacemos siendo hábiles, sabios, fuertes, razonables, contemplativos... aunque si nacemos con la posibilidad de desarrollar estas capacidades. Todas las personas necesitan peregrinar para conocer lo mejor y lo peor de sí mismas y lo mejor y lo peor de los demás.
Por el camino, el peregrino se encuentra muchas veces con lo inesperado, con el desafío, el cansancio, el sufrimiento, la desazón..., pero también con el misterio, la sorpresa, la solidaridad, el consuelo, la inspiración... Todos esos momentos son puertas que se abren y se cierran sin que el peregrino pueda hacer nada más que pasar por ellas o quedarse en el umbral de la novedad. Y es ahí donde Dios le sale al paso sin que terminemos de comprender de dónde vino y hacia donde va.
El Santuario de Chimayo, en New Mexico, Estados Unidos, es un lugar de peregrinación, encuentro y sanación física, emocional y espiritual. Ciertamente, las personas llegan al Santuario de Chimayo movidos por diferentes motivos y anhelos pero para entender la espiritualidad y razón de ser de las capillas dedicadas al Cristo de Esquipulas y al Santo Niño de Atocha hay que fijarse y prestar atención a los peregrinos y a la espiritualidad del caminante.
Muy cercanos a los peregrinos se sienten los enfermos y doloridos que visitan a menudo el Santuario de Chimayo. El enfermo es una persona que siente mejor que nadie el paso de la vida y eso le convierte también en peregrino. Los sacerdotes del Santuario escuchan a menudo el testimonio de personas que han recibido el don de ser sanados. Pero, incluso "más importante que el don de la curación," dice el P. Julio González, S.F., "es haber recuperado el sentido de vivir, del sacrificio, del sufrimiento y del amor, todo lo cual exige una peregrinación sino en el mundo, al menos interior".
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