martes, 1 de septiembre de 2015

LIBROS: Holy Places, Sacred Sites in Catholicism, por Barbara Calamari y Sandra DiPasqua



















Holy Places, Sacred Sites in Catholicism
Barbara Calamari y Sandra DiPasqua
Viking Studio, London 2002

Cuando este libro llegó a mis manos hace ya varios años (2005) lo primero que pensé es que a veces hay que escuchar a otras personas para saber apreciar lo que tenemos y darnos cuenta de lo afortunados que somos. Barbara Calamari y Sandra DiPasqua habían seleccionado el Santuario de Chimayo y lo habían incluido en un libro titulado "Lugares Sagrados del Catolicismo" junto con Asís (Italia), las Catacumbas (Roma), la catedral de Chartres (Francia), Lough Derg y Croagh Patrick (Irlanda), Lourdes (Francia), Mont-Saint-Michel (Francia),  la Basílica de San Pedro (Italia), Santiago de Compostela (España), el Tepeyac (México). Entonces, recordé la primera impresión que me produjo el Santuario de Chimayo, y me reí de mi mismo.

Hacía pocos meses que había llegado a los Estados Unidos desde Barcelona, España. En New México, mi lugar de destino, además de varias parroquias teníamos asignado el Santuario de Chimayo. Yo nunca había estado en New México. Ni tan siquiera había visto una fotografía del santuario. Pero viniendo de España y habiendo visitado los santuarios de Cataluña, Castilla, Aragón, País Vasco, Galicia..., la imagen que me había hecho del Santuario de Chimayo no se parecía en nada a la capillita que me encontré un día de noviembre del 2000.

¿Aquella "casita" era el Santuario de Chimayo? Si me hubieran dicho que en la parroquia había una famosa "hermita", entonces, la decepción no habría sido tan grande, pero a la capillita le llamaban "santuario" y en aquella primera visita yo no encontraba el santuario por ninguna parte.

¿Qué ocurrió ese primer año para que yo cambiara de opinión radicalmente? El testimonio de los peregrinos, el sufrimiento de los enfermos, la mezcla de amabilidad y timidez de los turistas, el toparme con personas interesantísimas, y el misterio que albergan las paredes de la capilla del Cristo de Esquipulas. Llevo once años yendo cada día al Santuario de Chimayo y todavía no sé cómo explicarlo; de momento, os contaré una anécdota:

La primera vez que una persona entró llorando en la oficina del Santuario para preguntarme si podía explicarle su llanto, pensé: "¡Madre mía, qué mal andan algunos!". El diálogo, más o menos, se produjo de la siguiente manera:

Entra al despacho una persona con los ojos de haber estado llorando:
- ¿Es usted sacerdote?
- Sí, ¿en qué puedo ayudarle?
- Mire, al entrar en la capilla me han entrado muchas ganas de llorar de tristeza pero no estoy triste. La capilla es preciosa. Yo ni tan siquiera soy católico y no creo en los santos pero hay algo especial ahí dentro, no sé como decirle... y me han entrado ganas de llorar y quería decirselo.

Era la primera vez que oía algo así. Lo mejor, sin embargo, estaba por llegar. En los meses siguientes esta anécdota se repetió tres y cuatro veces con personas que no tenían nada en común. Ahora estos hechos ya no me sorprenden y, por eso, los comparto con ustedes.

Cuando estudiaba teología en Barcelona teníamos muchas discusiones sobre los misterios de la fe. A mí la palabra "misterio" no me gustaba, al revés, le tenía manía. El misterio, para mí, estaba ligado al secretismo, a la falta de transparencia y confianza. Jesucristo había venido al mundo para salvarnos de la oscuridad, por eso, cuando algunos sacerdotes ponían el acento en el misterio en lugar de en el conocimiento que proporciona la fe y la teología, me llevaban los demonios.

Un asunto espinoso eran los milagros. Afortunadamente, mi profesores de Sagrada Escritura me ayudaron a entender el sentido y significado de los milagros narrados en la Biblia. Pero, de tanto en tanto, me encontraba con algún sacerdote que resaltaba lo incomprensible de esos episodios extraordinarios y nos liábamos en una discusión.

No hace mucho, le dije a un sacerdote con el que había discutido sobre los milagros de Jesús: "Querías hacerme entrar en el misterio utilizando la cabeza y la cabeza no sirve para esto. Para entrar en el misterio hay que utilizar el corazón y no la cabeza; por eso perdiste el tiempo conmigo". Y nos reímos los dos.

Ahí es donde el Santuario de Chimayo ha hecho y sigue haciendo un gran trabajo conmigo: el Santuario no puede "entrarnos" por la cabeza y por eso mi cabeza tuvo un gran decepción cuando lo vi por primera vez. Más tarde, me entró por el corazón y ahí sigue.

Algo similar debieron sentir los autores Barbara Calamari y Sandra DiPasqua cuando decidieron que el Santuario de Chimayo formaría parte de una colección de lugares sagrados de la fe católica. En primer lugar, dicen que les impresionó la variedad de personas que encontraron: católicos, budistas, cuáqueros, hindúes, sufís, indios americanos, etc. El Santuario de Chimayo ofrece la inspiración necesaria para unirlos en la búsqueda de Dios y en reconocer su presencia misteriosa entre nosotros.

También presentan el Santuario como una posibilidad de encuentro entre dos culturas y espiritualidades, la de los indios americanos y la de los españoles. Unos y otros no coincidieron en Chimayo. Cuando las primeras familias de colonos se asentaron, los nativos se habían ido hacía siglos. Sin embargo, los españoles llegaron a reconocer la sacralidad que los nativos habían otorgado a esta tierra porque no solamente les acogía y daba alimento sino porque también sanaba sus males.

Los autores ensalzan el arte de los "santeros" locales, que no por sencillo es menos espiritual y valioso. Los santeros vuelcan su fe católica, su pasión y habilidad manual, en el arte, bien sea pintando o tallando imágenes de los santos, de Jesús, María y José.

En el libro también hay lugar para la capilla del Santo Niño de Atocha. El Santuario de Chimayo lo forman dos capillas: la Capilla del Cristo de Esquipulas, construida entre 1813 y 1816, y la Capilla del Santo Niño de Atocha, construida en 1857. La primera devoción llegó de Santiago de Esquipulas, Guatemala, y la segunda devoción llegó de España, vía el Santuario de Plateros, en México.

Finalmente, los autores resaltan el encuentro de tres culturas: la de los indios americanos, la de los católicos y la de los protestantes. Lo que de aquí pueda surgir nadie lo sabe pero llena de esperanza a los creyentes que utilizan su fe para tender puentes entre las religiones y las culturas.